Bad things

Estoy sentado en el despacho de la jefa de estudios. A mi izquierda hay un alumno de mi tutoría. A mi derecha la jefa de estudios zarandeando la impresión de la orden de derechos y deberes del alumno.

Hoy era un día perfecto.

Acabo mi última clase, la de bachillerato, y bajo a hablar con la directora. Decido ir deprisa porque hay CoCoPe. Me dice que la jefa de estudios está con mi grupo en el aula 107. Aparece una tutora de 1º de la ESO preguntando más o menos lo mismo que yo. No parece haber novedades así que decido ir a esa aula a ver qué se cuece y presionar a mi grupo. Por el cristal cuadrado de la puerta veo a la jefa hablando seriamente; me acerco más y detrás está la profesora que les ha estado dando clase a última hora y cuando toco la puerta de manera bien sonora con mi cara-patentada-de-mala-ostia los alumnos palidecen un ápice.

Hoy era un día perfecto pues sólo quedaba una clase, aunque fuera a última hora, y todo había ido perfectamente. Los pajaritos cantaban etc etc.

Con el sabor del café aún en el paladar llego a la sala de profesores y la directora me convoca junto a la tutora de un primero de la ESO.
—¿Tenías clase a cuarta hora con tu grupo en aula 110?
—Sí.
—¿Recuerdas quiénes se sentaban en la penúltima fila de la izquierda, al lado de la ventana?
—Veamos. Sí, los alumnos A, B y C. Además alrededor estaban los siguientes— dibujo un croquis—. ¿Qué ha pasado?

En el aula 107 todo es silencio y miradas con ojos muy abiertos. Miro a los alumnos B y C, pues A se ha ido a casa después del segundo recreo porque estaba indispuesto. En una suerte de multidiálogo en valenciano y castellano B y C afirman no haber hecho nada. Ellos no han tocado la libreta y no han visto el libro de naturales de 1º de la ESO. Tras un poco de ruido se oye la voz de B que dice
—La libreta estaba en la cesta de D, la ha cogido A y luego me ha aparecido en mi mesa. Yo he preguntado de donde había salido y la he vuelto a poner en la cesta de D.

—La tutora de 1ºD ha encontrado la libreta de uno de sus tutorandos destrozada: han arrancado hojas, la han pintarrajeado y han escupido en unas hojas. Además en una de las hojas pone «Lo siento, firmado A»— me explica la directora—. Además ha desaparecido el libro de naturales.
    En ese momento recuerdo al alumno de la libreta sentado en el banco con cara de circunstancias. Revisamos horarios y yo tenía clase a 4ª hora, y la tutora a 3ª y a 5ª. Como cerramos el aula al acabar nuestras clases se deduce que los artífices de la gracia fueron de mi tutoría.
   
En el aula 107 la jefa de estudios mantiene a todos los alumnos en su sitio, mientras ya son las 14:30. En un momento dado les dejamos unos momentos a solas para que reflexiones sobre el asunto y aclaren sus versiones. En el pasillo vacío con la excepción de la jefa y yo se oyen nuestros pasos y un ruido de adolescentes en el aula. A los minutos uno de ellos nos llama.
—Ya está claro.
Al entrar al aula se han cambiado de sitio: B está al final de la clase junto con tres o cuatro compañeros. Algunos alumnos están de pie y nos dicen:
—Vimos a A coger la libreta y romperla y a B, rayarla. No sabemos lo del escupitajo.
Hartos ya de jugar a CSI despejamos el aula y nos llevamos al sospechoso. B se pone hecho un energúmeno y contesta con brusquedad y con modales de taberna. Vamos al despacho.

La jefa agita la resolución/orden/decreto o lo que sea frente al chaval que de lo nervioso que está lleva veinte minutos de pie con la mochila de 10kg en el hombro.
—Mira, B, cualquiera puede hacer algo malo pero hay que ir con la verdad por delante y no se un cobarde.¿Reconoces que aquí la has cagado, se te ha ido la mano con la broma y está fuera de tu control?
—Yo no hecho nada y no puedo confesar algo que yo no he hecho.

Tras explicarle qué es un expediente el chico confiesa porque
—Si me libro del expediente, sí, fui yo. Yo lo hice todo. Rayé la libreta y la rompí.
Los dos alucinamos con su contestación. Cuando, más tarde, hablamos, deducimos que está cubriendo a más gente, quizás a A. Esa podría ser la causa de su nerviosismo.
—Llevas 2 horas negando que hubieras hecho nada y ahora cuando suena la palabra expediente, de repente ya te agarras como un clavo ardiendo.
—Antes he mentido y ahora digo la verdad; lo he hecho yo.
La CoCoPe ha acabado y entra una profesora que tiene alguna hora de asistencia a jefatura. La jefa lo descoloca diciendo
—Si antes has mentido ahora puedes estar mintiendo también y estar inculpándote para encubrir a otros. ¿Por qué harías eso? No lo sé. Debemos abrir el expediente.
—Pues entonces yo no fui.
Silencio.
—Se investigará y se asignará un instructor que efectuará unas pesquisas y luego deberá, con todas las pruebas y testimonios resolver el expediente, que tendréis tú y A, pues sois los sospechosos. B no entiende nada de lo que le dicen y la jefa le lee cómo se ordena un expediente de algún documento oficial; apenas puedo entender esa farragosa lectura y B deja caer una lágrima. Bendita falacia de autoridad y ad ignorantiam.
—Vale, fui yo—dice por segunda vez.
—Mira, B—interrumpo—, cambiar de idea como una veleta. Ya no nos podemos fiar de lo que dices. No sabemos qué es verdad y qué no pero como mínimo has mentido dos veces.
B no entiende nada y finalmente, a las 3:15 disolvemos la reunión.

—Mira, Garin, si éste quiere ser el Cuco o el Carcaño, pues que lo sea. Mañana seguiremos y ya veremos si viene el padre hecho un basilisco.

¿Es en realidad culpable?

2 comentarios:

amelche dijo...

Todos los días son perfectos, hasta que ocurren estas cosas. Good luck!

Garin P. dijo...

Thanks!

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